Los libros infantiles enseñan a abordar con naturalidad realidades y asuntos familiares minoritarios o tabú
ELISA SILIÓ - Madrid - 31/01/2011
"Un niño de siete años debería conocer algunos acontecimientos de la historia familiar, de la vida o de la infancia de los padres o de los bisabuelos. Y algo de la propia biografía, para poder contar un par de anécdotas sobre uno mismo cuando era más pequeño...", afirma la pedagoga alemana Donata Elschenbroich en Todo lo que hay que saber a los siete años (Destino, 2010). Y la pregunta es: ¿los pequeños saben hablar de su entorno? No hay un tipo de familia única y las editoriales se hacen eco en sus cuentos de esta realidad. Estas páginas pueden ser protagonizadas por Paloma Li, que nació en China y fue adoptada; Carmen, que tiene dos mamás o Antonio, de padre desconocido. El arco de la temática infantil se abre también a temas espinosos como el alzhéimer, la discapacidad o la muerte. No vale decir "se ha dormido para siempre" porque a edades tempranas uno tiende a quedarse con una interpretación literal.
"Cuando los estudios dicen que la mayoría de los chicos de 13 años piensan que la homosexualidad es una enfermedad, el problema es de los adultos. El niño nace sin prejuicios, son los mayores quienes los transmiten", sostiene Natividad de la Puerta, dueña de A Fortiori, un sello "pequeño, periférico, independiente y suicida". Con su colección En favor de la familia pretende "enseñar que el valor universal es el amor, con independencia del tipo de familia". En sus libros -también editados en euskera- la novia de papá no es una madrastrona o los niños no están sobreprotegidos. "De repente, los padres quieren que sean capaces de tomar sus propias decisiones y ellos no saben. ¿Cómo van a saber? Para eso hay que entrenarse", se queja esta ex directora de un colegio y doctora en Historia Económica.
"En Intermón Oxfam empezamos a editar libros infantiles hace 15 años", cuenta Cristina Concellón, su responsable. "Eran multiculturales, protagonizados por niños de otros ámbitos geográficos y ocurrían allí. Y nos dimos cuenta de que no llegaban a los lectores. Tenían demasiada moralina. Intentábamos meter el mensaje de la tolerancia de forma obvia y el niño lo rechazaba". Por eso hace siete años empezaron a sacar libros interculturales -un escenario cercano al pequeño lector, que en muchas ocasiones comparte pupitre con alumnos inmigrantes- con una trama divertida y en la que su situación personal se lleva con naturalidad, es anecdótica.
De esta moralina quiso huir Lucía Moreno cuando fundó Topka en 2006. No encontraba libros que dibujasen la realidad de su hija "magrebí, con zapatos ortopédicos y dos mamás". Moreno sostiene que en los libros la diversidad suele ser la protagonista, y no el telón de fondo. En su colección de libros sobre Manu -un trasto de tres años- "no se hace hincapié en que él tiene dos mamás, porque eso no es lo que les interesa a los niños, sino si se cae o no de la silla".
"No es verdad que ahora haya más familias singulares. Siempre se adoptó, pero no se decía, los homosexuales adoptábamos como solteros... Lo que sí que hay es una mayor concienciación", prosigue Moreno. Una parte considerable de sus ventas provienen de EE UU, "un país conservador pero con tradición en diversidad por su componente racial". En este momento de crisis no se plantea sacar ningún título -siempre bilingües- a la espera de tiempos mejores. "No quiero traducciones, sino crear el libro desde el principio. Lo que recibo no me gusta: es racista o paternalista..."
Algunas editoriales grandes dedican atención a estos temas, como La Galera, con su colección Llegué de..., protagonizada por niños adoptados en Etiopía, Rusia o Colombia. Los volúmenes concluyen con información del país de origen. O pequeños proyectos como Diario de Abel, de Eduardo Ochoa, en la Fundación Quinta. "No es un tebeo, ni un cómic, ni siquiera una agenda para anticipar o estructurar el tiempo. Se trata de un diario, del diario de un niño con autismo, mi hijo. Tiene ocho años y se llama Abel", escribe Ochoa, que ha llenado el libro de viñetas.
Ana Folgueira, economista, y Laura Sánchez-Ostiz, periodista, dueñas de Syllabus Ediciones, también se las ven y se las desean, como Moreno, para encontrar material. "Desde octubre queremos editar un libro sobre un niño discapacitado y no hay nada apropiado", explica frustrada Folgueira. "El libro nos tiene que enamorar, como Señor mayor -el caso de un abuelo con alzhéimer- un texto poético que casa muy bien con la ilustración. El señor parece salido de una corteza...".
Su proyecto nació en 2009 a lo grande. Consiguieron que un banco comprase 3.000 ejemplares de En algún lugar de China -escrito por Folgueira, madre de dos niñas adoptadas e ilustrado por Emilio Amade- y que unos grandes almacenes lo comercializase sin recibir nada a cambio. Eso les permitió donar 36.000 euros -el 50% de la recaudación- para la operación de niños huérfanos en China. "Esperamos cerrar un acuerdo con un autor de prestigio y, de ser así, intentaremos repetir la iniciativa". Mientras tanto, un euro de sus cuentos solidarios se destina a ayudar.
No todos los sellos han tenido tanta suerte. "Mis libros los compran docentes para trabajar en el aula, facultades de psicología o magisterio, muchas bibliotecas... Pero en las librerías es muy complicado tener visibilidad y el poco dinero que tengo lo gasto en acudir a seminarios", explica la dueña de A Fortiori, que cuelga sus libritos en su web. Se muestra orgullosa: "No creo que reste ventas y la cultura hay que compartirla para seguir creando. En una escuela de Quito se han bajado un cuento y tienen en la web un debate muy divertido".
sábado, 5 de febrero de 2011
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