viernes, 17 de octubre de 2008
Laberinto de palabras
Una vez quise entrar en un laberinto de palabras. Desde luego, lo conseguí. Allí se encontraban muchas palabras, desde la más breve preposición hasta el sustantivo más extenso. Comencé a pasear maravillado ante la riqueza de lo que observaba, y era tal la cantidad de términos, que me sentí demasiado abrumado como para poder pronunciar siquiera uno de ellos. Al rato, cansado, cerré por un momento los ojos y, suspirando profundamente, surgió, a través de mi boca, pero de más adentro, un breve quejido: "¡ay!", exhalé, y sentí por un instante una sensación como de dulce vómito. Asustado, abrí los ojos y aún me dio tiempo para ver salir por mis labios el rabillo de la "y". Inmediatamente, estas dos letras, y también los signos de exclamación, se plantaron frente a mí, como desafiándome. Sorprendido, me tuve que apartar para no chocar con el punto de la exclamación. Lentamente pasé por un lado de la interjección dejándola atrás. Continué caminando y fijándome en la tela de araña que formaban a mi derecha unas "tejer-lana-tráfico-burocracia-Emmanuel" y otras palabras que, por estar entrelazadas me resultaba imposible descifrar. Más allá, había un bosque de "estrellas-enraizado-tupido-genealógico-naranja-arroyuelo-trepar" e infinidad de adverbios acabados en "-mente", que colgaban como fruta madura de oscuras ramas. Me vi obligado a ascender por una suave pendiente de "escalones-obstaculizar-antes-empedrar-inclinado" y cuando conseguí llegar arriba vi que ante mí se elevaba un pico escarpado que hasta entonces había permanecido oculto. Se me escapó un "¡jooder!" y caí rodando por donde había subido hasta chocar con el tronco de uno de los árboles del bosque. Cuando desperté me dolía la cabeza y, al palparme, noté una herida y un chichón. Me di cuenta de que uno de los "-mente" estaba a mi lado, manchado de sangre reseca. Sin poder contenerme solté una retahíla de "me-cago-en-la-leche-la-madre-que-te-trajo-como-te-coja-te-mato" y ante mi sorpresa vi cómo, incluso antes de pronunciarlas, estas frases desvergonzadas iban saliendo de mi boca para colocarse a mi alrededor en forma de verja. Quedé pues, rodeado de esta valla y, lleno de miedo, me abracé al tronco del árbol (extraño tronco de "marrón-nudo-crecer-soporte"). Al cabo de un rato (me empezaban a doler los brazos, pues se me clavaban las aristas de algunas letras puntiagudas) decidí soltarme e intentar escapar de aquel cerco. Iba subiendo por la "leche" cuando resbale y un "mierda" involuntario salió de mi boca para entorpecerme aún más la escalada. Me quedé quieto un rato y, cuando asenté con seguridad un pie a la "-che" continué trepando. Finalmente conseguí saltar al otro lado y, suspirando, iba a echarle una maldición al seto cuando pensé que sería mejor callarme. Con la boca bien tapada (sentía una extraña presión sobre la garganta y el paladar) comencé a subir de nuevo la colina por la que había rodado hacía ya muchas ¿horas, minutos, días? Esta vez lo hice lentamente ya que me encontraba fatigado y sentía nauseas. Me había arrepentido de haber entrado en aquel laberinto.
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1 comentario:
Cuánto cuesta salir de los laberintos que describes y qué fácil es rendirse a sus tentadoras invitaciones. Así son las palabras, nos empalagan y luego nos envuelven como prisiones infranqueables de las que no podemos desdecirnos, nos hacen torpes y hasta nos condicionan. Ojalá pudiésemos conformarnos con un que otro gesto mucho más hablador.
Me ha encantado.
M.
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