«Lo jodido es no saber dónde quieres ir»
José Hierro publica, tras siete años de silencio, un nuevo poemario, «Cuaderno de Nueva York»
50 AÑOS DE POESIA.- José Hierro publicará a finales de este mes uno de los libros más esperados y que ha trabajado durante siete años, Cuaderno de Nueva York. En él mezcla a Bach con Mahalia Jackson, imagina a Beethoven escuchando en un televisor los aplausos que entonces no oyó y recrea el abandono de Ezra Pound. Todo ello aderezado con un ritmo prodigioso que mantiene vivo 51 años después de la aparición de su primer libro, Tierra sin nosotros. El autor de Alegría o Libro de las alucinaciones considera que «primero es el sentimiento, luego la sensación y al fin las palabras. Este hombre de 76 años, persuasivo y vigoroso, sostiene que hay que lograr que «la palabra esté en su sitio para que el poema funcione».
MANUEL LLORENTE
MADRID.- José Hierro se reconoce lento, «pesado». Ha estado cocinando Cuaderno de Nueva York (Hiperión) durante siete años y tardó 27 en dar a la imprenta su poemario anterior, Agenda. «No es que considere que Cuaderno... sea un libro acabado, ni mucho menos, de hecho tengo varios poemas que no salen, no salen y no salen». Así que entregó los 33 poemas, corregidos por enésima vez, la pasada semana. Y a esperar.
A esperar que le llegue la poesía, «porque se escribe al ritmo que ella quiere». Mientras tanto nos ha regalado un libro largo, terso y tenso, con Nueva York como excusa. Por la ciudad ha hecho deambular a personajes históricos que ha ido mezclando en una coctelera muy de su gusto. Al libro se asoman Bach, Alma Mahler, Mahalia Jackson, Quevedo, Ezra Pound...
Surge García Lorca por su memorable Poeta en Nueva York, pero Hierro sale en seguida al quite. «Antes que Lorca, ya escribió sobre Nueva York Juan Ramón Jiménez en Diario de un poeta recién casado; y José Martí. Las diferencias que tengo con Lorca son tres: en cuanto a calidad, Lorca es un grandísimo poeta y yo no. Segundo, Lorca está revelando el descubrimiento, el deslumbramiento de un mundo que no conocía, pero ya nosotros cuando vamos allí más o menos lo conocemos».
«Y además», continúa, «yo he incluido a personajes como Bach o Schubert, que evidentemente no estuvieron, y yo los recreo allí. Son gente que procede de otro tiempo y otro espacio. Situarlos no fue un propósito previo. ¿Y qué coño pintan ahí? Pues se me ocurrió pensar en ellos, los situaba idealmente en aquello... Yo qué sé».
El Premio Príncipe de Asturias de las Letras sostiene, además, que lo importante no son los temas que se tratan, la mayoría muy trillados, sino el tono. «Y Lorca», insiste, «es un grandísimo poeta y yo lo que he hecho es un libro a la altura de mis posibilidades».
Respecto a sus obras anteriores dice que éste es un libro «más duro, más áspero; muy jodido, muy puñetero. En él los elementos narrativos son más importantes. Hay poemas largos, que son como una historia contada por un borracho de la que te queda alguna emanación, algo nebuloso, disuelto, una historia captada a trozos, cuyo argumento sería difícil de precisar después. Son poemas más dilatados, más digresivos».
Pero cree que a la hora de enfrentarse a un poema las dificultades son las mismas. «Cuando era joven hacía poesía no tan larga, ahora tardo más porque son más extensos, menos claros, menos evidentes. Diríamos, si la palabra no fuera engañosa, que son más misteriosos, porque estás contando una cosa de forma intrigante».
Y es que considera fundamental que los poemas deban decir más de lo que dicen. Puede que en apariencia, a primera vista, «haya una serie de palabras que no entiendo pero que funcionan dentro de aquello». El poema debe abarcarlo todo, lo fagotiza. «¿Qué quiso decir Lorca con lo de noche, noche, nochera? Pues dijo eso».
Quiere que quede muy claro que los poemas no hay por qué entenderlos. «A veces creemos que hay que entender un poema racionalmente para asumirlo y eso es una tontería». Y pone un ejemplo: «Cuando un grandísimo poeta como Machado dice "en el umbral de un sueño"... Vamos a ver: ¿los sueños tienen umbral? ¿Qué quiere decir un duermevela? Eso son chorradas, racionalizaciones. El tema es: aquello funciona o no».
Hierro, que publicó su primer libro hace 51 años, alerta sobre la aparente facilidad de la escritura. «Lo que pasa es que cuando eres joven es muy posible que caigas en la trampa de que aquello que te sale muy espontáneamente es mejor. Sencillamente porque tú estás viendo allí, en aquellas palabras que has puesto, lo que querías poner, pero no sabes si están ahí las palabras. Es lo mismo que el pintor, que cuando está pintando está al lado del lienzo; pero luego se aleja para ver el efecto. Y puede que aquellas rayas que han salido sobre el lienzo no signifiquen que sean eficaces para la pintura. Hay que ver el conjunto. Hay que alejarse y volver. Hay que distanciarse, que es muy difícil, para ver si lo que querías decir está expresado más o menos lógicamente».
EL LIMITE.- ¿Y cuándo sabes que has escrito lo que querías decir? «Llega un momento en que no sabes si has dicho lo que querías o no. No lo sabes nunca, pero llega un momento que dices: no llego a más, esto es adonde puedo llegar».
Lo que tiene que tener claro el poeta, el creador en general, viene a decir, es saber lo que se quiere expresar. Y vuelve a ilustrarlo con otro ejemplo: «Es como el cambio de agujas en un tren. Si ves que el poema no va encarrilado debes dar marcha atrás y volver por el camino que querías, no por donde el poema quiere. Pero si no sabes dónde quieres ir es lo jodido».
Hierro se va nutriendo de sensaciones que le ocurren, que ve, que le cuentan, que lee. No sale a buscar el material del poema, surge. «Tú ves una cosa en la vida que te impresiona, que te ha podido pasar a ti o a otro, da igual. Estando en Lisboa se me acercó una niña muy mona y me pidió un besiño. Hostia, me eché a llorar. Aquello se me queda. Y un día notas que algo te está pasando dentro y de pronto es que estás recordando, incluso no lo sabes, pero hay un ritmo, unas palabras y de pronto te das cuenta que es aquel recuerdo que ha surgido depurado».
¿No está claro? Por si acaso, Hierro lo adereza con un ejemplo más: «Tú vas al mercado y compras un pescado cojonudo y lo dejas en el frigorífico. Eso es la inspiración. Y un día tienes hambre, "voy a ver qué me hago". Abres aquel lugar donde están los productos frescos, la naturaleza, y "qué bien, voy a hacer un pescado". ¿Y qué es la elaboración? La cocina, cojones, aunque luego puedes cocinarlo mal».
¿Y el ritmo? Siguiendo con el mismo ejemplo, «sería el punto, el punto del plato que has cocinado». Para lograrlo se ha tenido que «equilibrar el calor, saber que este ingrediente lo estás echando en su momento. Ese es el ritmo».
Y en esta clase improvisada sobre la poesía recurre a Salinas para decir que la poesía tiene sentido y sonido. «El sonido es eso que puede ser muy claro para la sensibilidad pero oscuro para la razón. No sabes por qué pero utilizas esas palabras que vienen cargadas».
Este santanderino de adopción, crítico de arte, cocinero entre amigos, que recorre el mundo charlando de poesía, conectó «mágicamente» con Nueva York sin saber, aún, por qué. Fue en la casa del catedrático cubano José Olivio Jiménez, tal y como reza en la dedicatoria. Hubo un «contacto misterioso, extraño. Me ha ocurrido en Venecia y Cracovia. ¿Pero por qué me pasó en Cracovia y no en Varsovia? No lo sé, no lo sé».
Hierro ha dividido el libro en tres partes. En la primera, Engaño es grande, trata de «la gente que ha vivido allí». La segunda, Pecios de sombra, son «pecios de ensueño, momentos que puedes tener en la duermevela». Y la última, Por no acordarme, «las gentes que llegan allá pero que no han formado parte de ese mundo».
Y a lo largo de todo él, numerosas citas de Lope de Vega («el poeta que más humanamente me llega, que más me contagia»). Y muchas enumeraciones, muchos paréntesis, marca de la casa. «Los paréntesis los utilizo como reflexión lógica; explico para justificar, es una intervención, una intromisión de lo intelectual».
En Cuaderno... hay poemas en los que laten metáforas durísimas, como Ballenas en Long Island, donde alerta sobre el abandono de las personas mayores en los asilos. Y, de forma diluida, aparece también en Lear King en los claustros, en el que aparecen, además, las consecuencias del mal de Alzheimer, «con algunos versos que no son míos»: Desparece antes de que te vea/ sumergida en un licor trémulo y turbio./ Como a través de un vidrio esmerilado./ Antes de que te diga:/ «Yo sé que te he querido mucho,/ pero no recuerdo quién eres».
CONTRASTE.- Este poema lo imaginó Hierro a través de los claustros que fueron llevado los americanos de Europa. «Como si el rey Lear cuando llega a Estados Unidos hubiera reconstruido su residencia de ancianos. Es un final durísimo en un poema frío, como ese chiste cruel: "Ay, señor, déme usted una limosna que hace tres días que no como", y dice el otro, "pues ándese jugando con el estómago". La mecánica del poema es eso», el contraste.
El mismo final terrorífico se produce en el poema Ballenas..., donde las madres abandonadas se preocupan por la suerte de sus hijos, los mismos que las han dejado varadas.
Pero Hierro es capaz también de que, en Baile a bordo, Mahalia Jackson cante composiciones de Juan Sebastián Bach a bordo de un barco turístico que surca el Hudson -veinte dólares, cena y baile incluidos-. Y que un judío austríaco, que ahora vive en New Jersey y que estuvo en Buchenwald, en un bar, de repente, empieza a recitar en yídish, ante la indiferencia de otros supervivientes del campo de concentración (según le contaron).
Esta anécdota la enlaza con una imagen que vio en TVE, según la cual una mujer, también superviviente de un campo de exterminio, empezó a cantar en yídish en un acto de recuerdo del genocidio, sin que nadie la acompañara, como si los demás quisieran olvidarlo.
Y salen también en este recorrido maravilloso Gustav y Alma Mahler. Y finge, conjuga, supone, en un Dr. Jekill y Mr. Hyde constante a otros personajes. Como Ezra Pound -al que conoció personalmente en Spoletto, junto a Neruda, Pasolini y Spender- y su locura, a quien incineran sus poemas, junto «a los vasos y platos de cartón y los cubiertos de plástico» con los que acaba de comer.
Las circunstancias de numerosos músicos también están presentes en el libro: «Cuando, por ejemplo, Beethoven estrena su Misa en Re y la Novena Sinfonía, que era cuando ya estaba sordo. El leía en su cabeza la sinfonía pero no oye los aplausos. En mi poema el músico, muchos años después, enciende un televisor exclusivamente para escuchar los aplausos que entonces no pudo oír». También aparece Schubert y su Quinteto en Do Mayor «asombroso, inquietante. Lo que ha tenido que sufrir este cabrón para hacer esto...».
Tras una parte más lírica (la segunda del libro), con unos poemas más cortos, aparece Adagio para Franz Schubert (un símil con el naufragio de Europa), la ternura de Villancico en Central Park y el dramatismo de A orillas del East River (donde mezcla la voz de Juan Rulfo: «diles que no me maten» con la niña mendiga de Lisboa/ que me pidió un besiño y otras referencias personales que le escalofrían, que «funcionan» en el poema).
Y para remate Vida: Después de todo, todo ha sido nada/ a pesar de que un día lo fue todo. Pero el poeta quiere quitarle importancia alegando que esas palabras «funcionan», se lleven o no: «Yo uso zapatos anchos, que son los me gustan, se lleven o no».
José Hierro
Serenidad (Lectura de madrugada)
" Serenidad, tú para el muerto,
que estoy vivo y pido lucha.
Otros habrá que te deseen:
ésos no saben lo que buscan.
Si se durmieran nuestras almas,
si las tuviéramos maduras
para mirar inconmovibles,
para aceptar sin amargura,
para no ver la vida en torno
apasionadamente nunca,
duros y fríos, como piedra
que sopla el viento y no la muda...
Almas claras. Ojos despiertos.
Oídos llenos de la música
del dolor. Los dedos felices,
aunque los hieran las agudas
espinas. Todo el sabor agrio
de la vida, en la lengua.
«Nunca
podrás mojar tu pie en el río
en que ayer lo mojaste. Busca
la eternidad, vive en la alta
contemplación de su figura.»
Palabrería de los libros
de la que deja el alma turbia.
Serenidad que se nos vende
por librarnos de la tortura,
por llenarnos de sueño el alma
y rodeárnosla de bruma.
Serenidad, tú para el muerto.
El hombre es hombre, y no le asusta
saber que el viento que hoy le canta
no volverá a cantarle nunca.
Serenidad, no te me entregues
ni te des nunca,
aunque te pida de rodillas
que me liberes de mi angustia.
Será que vivo sin saberlo
o que deserto de la lucha.
Tú no me escuches, no me eleves
hasta tu cumbre de luz única.
Palabrería de los libros
de la que deja el alma turbia.
Yo también me hago un poco libro,
me duermo el alma...
Luz difusa.
La madrugada se desgaja
agria y azul, como una fruta.
Cantan los pinos a lo lejos.
Un niño llora. Las desnudas
mujeres y hombres silenciosos
salen despacio de las últimas
sombras. Los pájaros me esperan.
Se alzan las olas. (Me preguntan
por qué.) Campanas... (Ayer niebla,
hoy claro sol y luego lluvia...)
¿Por qué? Las hojas se estremecen...
Voy inundándome de música. "
El Poder de la Palabra
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martes, 1 de septiembre de 2009
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