Tweet El Cea: El peligroso estigma de las etiquetas

lunes, 23 de febrero de 2015

El peligroso estigma de las etiquetas



Estos últimos días y semanas me ha estado acosando la idea de que los espacios y entornos en los que nos desenvolvemos han ido menguando a lo largo de los años. Ello ha traído unas consecuencias inesperadas.  Y estoy pensando en los lugares en los que jugaba la generación anterior a la mía, la mía propia, y la de nuestros descendientes. Ocurre que creo que ello ha repercutido de una manera importante en nuestro gasto de energía y en la atención que le podemos prestar a diferentes asuntos.

Así, por ejemplo, muchas veces les he escuchado a mis mayores que iban a jugar a cualquier sitio del pueblo y las afueras, sin vigilancia alguna por parte de sus padres. En mi época infantil, la pandilla bajaba al patio de la casa a jugar al futbol y al baloncesto, al pilla pilla y a lo que fuera, y de vez en cuando, los más imprudentes íbamos a los edificios aledaños (en un tiempo en el que extrañamente muchos hoteles se incendiaron) a trastear en piscinas vacías o investigar interiores tiznados. Años después, observo a los hijos de mis hermanos, vecinos, y amigos varios jugar en su propio domicilio o en el exterior pero siempre bajo la atenta mirada  de sus progenitores. 

A mi modesto entender, sin ser psicólogo ni pedagogo, esta transformación ha sucedido por un par de razones. Mucho tiene que ver el diseño de nuestros pueblos y ciudades que favorece la proliferación de vehículos motorizados (coches). También hay que señalar la enorme sensación de falta de seguridad producida por estos vehículos y por personajes de diversa calaña que ponen en guardia a los padres de los niños, favoreciendo una protección que muchos calificaremos de excesiva. Pero reconozco que lo anteriormente dicho se pronuncia por alguien que lo ve todo desde fuera. 

Antes de proseguir quiero puntualizar que me referiré a chicos en edades anteriores a la pubertad, una preadolescencia en la que se suma el consumismo imperante con un afán de compra casi compulsiva desconocida hasta ahora. Pero ese es otro cantar que poco tiene que ver con el que estoy tratando en estas líneas.  

Hecho este inciso, debe quedar claro que es mi sospecha que el déficit de atención y la hiperactividad infantil en edades tempranas son en parte producto de esta sobreprotección paternal. Las consecuencias en el entorno familiar, en la escuela y en la sociedad en general son patentes. Sin duda, otros factores influyen en trastornos y supuestos trastornos de nuestros niños, como pueden ser la alimentación, la contaminación ambiental, la falta de conciliación familiar y laboral que lleva a un tardío nacimiento de bebés, y más. 

Volviendo al asunto que llevamos entre manos, en muchas ocasiones diagnosticar y poner una “etiqueta” a estos niños por parte de sus padres y de la comunidad educativa les da una seguridad aparente justificando un trato diferenciado hacia ellos y determinando tratamientos pseudo-terapéuticos con el único propósito de pretender favorecer el mejor interés del niño. 

Como acabo de indicar, etiquetar es cómodo, sencillo y una tendencia irrefrenable por parte de los mayores. Sin embargo, estos actos de etiquetado pueden acarrear consecuencias estigmatizantes de un calibre desconocido, o más bien conocido para quienes consideramos que convivir con un estigma resulta complicado y dañino. 

Lo que nunca hay que hacer es rebajar las expectativas depositadas en nuestros jóvenes  por causa del etiquetado, y no hay que cargar excesivamente de trabajo al niño, sin olvidar que la tarea principal de un menor es, precisamente y hasta la extenuación, el juego. Lo raro sería encontrar un niño que no se hartara de hacer gamberradas o trastadas ni de ser un travieso.

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