Uno de estos días pasados me enteré de que en los últimos
100 años la violencia ha disminuido. ¿De qué nos quejamos tanto entonces? Es
bien sencillo. Resulta que a pesar de la presunta menor violencia, hoy nos
enteramos más de ella que hace un siglo. Además, no solo nos enteramos de la
que ocurre a nivel local sino también de la que se da a nivel global. Es de
hacer notar que la violencia que más ha aumentado son los crímenes contra los
colectivos minoritarios.
Si hubiera que echarle la culpa a alguien de abrirnos los
ojos, que por supuesto es impensable, sería a los medios de comunicación que,
como todos sabemos, han proliferado como setas en los últimos años. A pesar de
que los medios de comunicación tienen su propia agenda y nos influyen con ella
pues sacan a la luz lo que sus editores consideran importante, cosa que no
siempre coincide con lo que la población considera de relevancia, la plebe nos
rebelamos ante hechos desagradables.
Ocurre que dichos medios parece que le proporcionan mayor
importancia a los sucesos acaecidos en tierras lejanas que a lo que le puede
pasar a nuestro vecino de la puerta de al lado. Y debido a su influencia sobre
el vulgo, le otorgamos más relevancia a lo que acontece más allá de nuestras
fronteras que a lo que ocurre aquí al ladito. Es curioso saber que existen
organizaciones de derechos humanos que presionan a gobiernos de países
diferentes al suyo (ahí tiene mucho que ver también el riesgo que corren los
cooperantes de estas organizaciones).
De este modo, cada cual ayuda al prójimo de la manera en que
puede y sabe y a quien le han dicho que en ese momento toca, porque la
benevolencia del ser humano suele ser lo más habitual. Y a veces produce
frustración el hecho de que mucho de ese apoyo económico vaya destinado a otras
tierras en lugar de a los problemas que más directamente nos tocan. Pero eso es
puro egoísmo en mi opinión.
De cualquier manera y de tanto hacer un uso indiscriminado
de determinadas palabras, estos términos han llegado a tener un significado
vacío de contenido y hueco. Se trata de términos tan cruciales como “derecho”,
“odio”, “marginación”, “exclusión”, “segregación”, y así hasta el infinito y
más allá. Sin embargo y a pesar de su utilización a menudo gratuita, no podemos
ni debemos dejar pasar por alto sin darle su debida notabilidad a semejante
lenguaje.
Así pues, también nosotros debemos convertirnos en
“discriminadores” de los medios de comunicación a los que respetamos y hacemos
mayor o menor caso, según la ocasión. Del mismo modo que hay que tener sumo
cuidado y pulcritud en el uso de las palabras, los espectadores, lectores o lo
que nos toque en cada momento, debemos interpretar correctamente aquello que se
nos está tratando de comunicar.
En fin, que hay que levantar una ceja cada vez que oigamos
hablar de “derechos”. Es menester ser consciente de que no todo es un derecho
pero también que cuando se habla con corrección será obligatorio defender a
capa y espada dichos derechos. En lo referente a las personas anormales, más
que de derechos, yo hablaría de deudas imponentes e impagables por las que
alguien tendrá que responder algún día.
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