Parece que en Andalucía estamos tontos. Y la cosa no viene de ahora sino que ya es tradicional, con solera, de barrica de roble. Y es que aquí no sabemos aprovechar lo que tenemos. Porque bien está que tengamos más de un tercio de nuestros habitantes haciendo cola en las oficinas de empleo, y otros muchos que se van a otras regiones españolas o al extranjero para enriquecer esas tierras dejadas de la mano de Dios, pero las oportunidades de trabajo que existen aquí deberían provocar el efecto contrario.
Y es que en lugar de tener altos índices de paro y
emigración, podíamos acoger a todas las personas que desearan encontrar empleo
y una vida digna, ya que aquí granizan piedras preciosas y nos sobran las
oportunidades y promesas. Aparte, aquí se vive como en ningún sitio, con la
amabilidad propia, la gastronomía envidiable, una cultura que no existe en
otros lugares, un turismo excepcional y un tiempo que no veas.
Como sabemos que todo territorio que genera su propia
energía genera pobreza preferimos importarla y depender del trabajo y las
condiciones políticas, económicas y sociales que existan en lugares lejanos. Una
condición indispensable que deben cumplir estos sitios es que su situación
económica y climática debe ser lo más inestable posible, ya que nos gusta la
vida al límite y vivir al filo de la navaja. Si no, nuestra existencia no tiene
emoción y eso no tiene razón de ser.
Después de todo, aquí es preferible comprar la energía sucia
producida por otros antes que vender una energía limpia made in Andalucía. A lo
mejor es momento de mirarnos un poco al ombligo y darnos cuenta de que aquí
tenemos viento, más horas de sol que en ningún sitio de toda Europa, más
kilómetros de costa que ninguna otra región española, una estabilidad política que
ni pintada, un arte tangible e intangible que nos derrama por los poros, y una
gastronomía envidiable de nuevo.
Nos cuentan que España se está recuperando lentamente de la catastrófica
situación generada por anteriores gobiernos a base de pequeñas reformas (en su
mayoría un fracaso) y de repetir los viejos patrones productivos basados en el
ladrillo, la corrupción y la exclusión (por no hablar de los nuevos aeropuertos
vacíos) pero Andalucía se resiste. Bueno, corrupción y exclusión tenemos para
dar y regalar, pero de lo demás nada de nada. Aquí en el sur no tenemos tanta
precariedad laboral porque no hay tanto trabajo, pero sí hay una gastronomía
envidiable.
Un patrón económico con el que podría crecer de manera sostenible
nuestra tierra se basaría en profundizar en el turismo, pero un turismo
accesible, explotar hasta reventar la producción de energía limpia pasando de
ser una región importadora a una exportadora de kilovatios, y ¿Por qué no? Aprovechar
la riqueza monumental, artística tradicional y de arte moderno que nos inunda y
que se puede constituir en una industria de tomo y lomo. A esto habría que
añadir que, aparte de tener una gastronomía envidiable, en lugar de pugnar por
un Eurovegas lleno de humo, juego y prostitución, se debería aprovechar el
talento existente para lograr varios inigualables “Andalucía valleys” en los
que se desarrollara tecnología puntera.
Pero aquí seguimos prefiriendo dormir la siesta eterna y
exportarla. Y así nos va.
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