lunes, 18 de febrero de 2013
El rechazo de la eduación inclusiva
Conviene que nos preguntemos el tipo de educación que deseamos para nuestros chicos. A lo mejor no deseamos tener una educación inclusiva, sino mantener el actual sistema en el que cada uno permanece separado y dentro de su propia burbuja, ajeno a lo que ocurre fuera de ella. Y dependiendo del sistema educativo que queremos se deriva el tipo de sociedad que proyectamos, tenemos en mente, a la que aspiramos.
Lo cierto es que toda medida en el campo de la enseñanza se refleja en el terreno político, y no es de recibo, de ninguna manera, que los últimos años (desde la transición) hayan sido testigos de numerosos cambios supuestamente todos a peor. En realidad las transformaciones educativas deben plantearse para un periodo medio o un plazo largo, tan ilógico es mantener el mismo sistema durante 160 años como establecer uno nuevo cada 5. Lamentablemente, vemos que los tiempos se reducen y la miopía aumenta. De este modo, se desorientan profesores, padres y alumnos con y sin diversidad funcional. Reina el desconcierto y así nos luce el pelo.
En estos tiempos en los que se habla tanto de mangantes, es menester recordar que los niños en ocasiones escuchan a sus mayores, con menos frecuencia hacen lo que dicen sus mayores, pero casi siempre hacen lo que hacen sus mayores. En ese sentido, cobra mayor importancia el papel ejemplar que tenemos los adultos. No es cuestión de cebarse con los supuestos males que produce la casta política, basta con fijarse en una madre que cruza la calle a 15 metros de distancia del semáforo más cercano, su hija le llama la atención sobre este hecho, pero la madre prácticamente la arrastra a cruzar la calzada. También habría que contabilizar el número de conductores que circulan con el cinturón de seguridad puesto. ¿Y quién no ha visto a un hombre tirar un paquete de tabaco al suelo teniendo la papelera a su lado?
Ya en la década de los 50, en Estados Unidos, la decisión de la corte suprema sobre el juicio Brown contra el consejo de educación de Topeka, Arkansas obligaba a las escuelas a admitir en sus aulas a alumnos de raza negra derribando así una absurda tradición según la cual los estudiantes de diferente color tenían que acudir a escuelas segregadas. Este veredicto echaba por tierra un corpus legislativo que propiciaba la separación.
Obviamente el proyecto de sociedad que auspiciaba ese sistema segregador no era el más adecuado. En cambio, durante años los alumnos habían visto y sufrido la actuación de sus mayores al respecto. Esa ha sido la herencia que han recibido y está claro que tanto victimas como verdugos han salido perdiendo.
En alguna ocasión he comentado que, cuando nos referimos a la tribu, en ella se incluye al profesorado, padres, alumnos, autoridades administrativas del centro, vecindario, policía de barrio, etc. Si bien es difícil coordinar la labor de profesorado, familia y alumnado (rara vez se consigue esa alianza), mucha más complicación presenta aunar los esfuerzos de todos los elementos involucrados en la maduración del niño.
A pesar de que la integración de muchachos de distintas razas o de niñas ha supuesto mínimos cambios en los programas educativos y ha enriquecido a todas las partes implicadas, recientemente esta burbuja pretende englobar también al alumnado con diversidad funcional. Es posible que el reto planteado por la inclusión de estos niños sea superior a la capacidad de absorberlos por parte de la comunidad y la escuela. Esta es la única explicación plausible para que el rechazo a la inclusión de estos niños sea tan feroz.
Conviene no olvidar que la educación inclusiva solamente forma un capítulo dentro de toda la vida de las personas. De momento, el fracaso se hace patente.
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