Desde el día de los enamorados y hasta el próximo 13 de mayo, el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga (CAC Málaga) expone la obra más reciente del sudafricano. Es la primera ocasión, en España, en la que disponemos del privilegio de palpar las numerosas composiciones del autor nacido en 1.955 en Johannesburgo y afincado allí. La colección que ahora se ofrece a nuestros sentidos lleva por título “¿No se unirá usted al baile?”, sintomático ya desde el comienzo del deseo por implicar al espectador. La muestra consta de tapices, esculturas, bocetos, collages, una videoinstalación y dibujos.
Dicen que toda la exhibición gira alrededor de un tapiz elaborado expresamente para esta ocasión en el que rinde homenaje a la ciudad y a Picasso. Sin restar mérito a esta monumental pieza, se antoja una afirmación exagerada por no decir errónea. Si bien es verdad que el recorrido comienza aquí, lo cierto es que el resto de obras no se supeditan ni subordinan a este magno diseño.
Ceder a tal opinión equivaldría en cierto modo a desdeñar y menospreciar los dibujos, esculturas, etc. de William Kentridge. Cada una de las piezas de esta exposición brilla lo suficiente como para hacer que dependa de otra. Quizás aquí más que en ningún otro ámbito sea menester subrayar que el tamaño no importa siempre que la calidad de lo ofertado se imponga, como es el caso.
A este respecto, hay que mencionar el contraste entre minúsculas esculturas y grandes dibujos, por citar tan sólo unos ejemplos. Destaca la yuxtaposición en la misma sala de tales objetos. Dirigiendo nuestra mirada a las piezas escultóricas del autor, preferí alejarme unos metros para observar cada una de ellas: a cierta distancia, la pequeña forma adquiere un sentido global que se reduce a amontonamiento en amasijo de trozos metálicos de cuestionable calidad. Desde otra perspectiva su apariencia se engrandece y embellece hasta alcanzar proporciones insospechadas.
Resulta, por el contrario, indiferente la cuestión del tamaño en los dibujos. La serie más cautivadora consta de cuatro grandes representaciones de la interacción que llevan a cabo un hombre y una mujer. Impacta sobremanera la ambigüedad de los movimientos de ambos, oscilando desde la lucha pugilística hasta el más íntimo juego amoroso pasando por el baile. En cualquier caso, la secuencia seduce al que la observa.
Pero lo más llamativo y sorprendente de la muestra de Kentridge en el Centro de Arte de Málaga (para este escribano al menos) era la videoinstalación situada al final de la exposición. Esta obra cumbre dura cuatro minutos aproximadamente. En ella se mezclan diferentes músicas que transitan desde la paz a la violencia causada por la guerra. Se compone de una sucesión de dibujos pintados al carboncillo distorsionados sobre una mesa giratoria más fácilmente visibles en un cilindro central en el que la malformación desaparece. La gama de dibujos discurre entre un juguetón tiovivo hasta una terrorífica explosión bélica.
En su conjunto, el repertorio de este artista cubre la inocencia y la culpabilidad, la injusticia del Apartheid y las miserias del resto del mundo, pero también la paz. En definitiva, Kentridge refleja las dos caras que, en la actualidad, rigen en los diferentes lugares que nos rodean.
http://www.espaciopatico.com/2012/03/william-kentridge-en-el-cac-de-malaga/
miércoles, 21 de marzo de 2012
domingo, 4 de marzo de 2012
Lucía y el infanticidio coherente
Lucía es mi vecina; algo le pasó cuando era muy pequeña que le ha hecho ser una niña diferente a las demás. Lucía no camina, no habla, apenas mueve los brazos, pero para muchos de nosotros es una niña muy valiosa y especial. La existencia de Lucía nos enseña nuestra propia fragilidad, nos hace más humanos, y nos hace ver que nuestra felicidad no está ligada a nuestra capacidad. Lucía se comunica muy bien; le encantan los helados y siempre está atenta a lo que hacen sus padres.
Lo que Lucía no sabe, es que en esta sociedad hay mucha gente que prefiere que no nazcan niños como ella y que, por eso, la última ley del aborto da un plazo diferente para abortar a alguien como ella; o como yo, que tengo una tetraplejia.
No nos vamos a engañar, si se da un plazo diferente para abortar personas que van nacer diferentes de la mayoría, es que la sociedad piensa que las vidas de esas personas valen menos. Hay varios motivos para que piensen eso: el más importante es que creen que Lucía y yo sufrimos por ser diferentes, que nuestra vida con lo que ellos llaman discapacidad y algunos llamamos diversidad funcional, no merece la pena ser vivida. Ellos piensan equivocadamente que estamos enfermos y que nuestra enfermedad nos hace sufrir.
Pero también hay otros motivos: por lo visto si no eres capaz de producir en esta sociedad no vales lo mismo que los demás y les resultas muy caros. A esto hay que añadir el sufrimiento y gasto que, según ellos, tienen nuestras familias porque nosotros existimos.
A Lucía, todo esto le da igual, lo más importante es que cada día recibe el amor de sus padres, que la cuidan, la llevan al cole, la llevan de vacaciones, la llevan a la piscina, le dan de comer helados cuando se porta bien, etc.
Sin embargo, a mí no me da igual. Y no me da igual, porque desde mi silla de ruedas, al otro lado del espejo, me doy cuenta de que todos aquellos que piensan eso están colaborando a construir una sociedad injusta. Injusta hoy conmigo y con Lucía, porque nuestras vidas valen menos para ellos, y porque Lucía y yo no tenemos ni los mismos derechos ni las mismas oportunidades.
Hay algo de lo que ellos no se dan cuenta: todos quieren llegar a ser mayores y es muy probable que acaben viviendo los últimos años como Lucía o como yo. Y así, sin pararse a reflexionar, están pensando que sus propias vidas valdrán menos cuando se hagan mayores.
Lo que me sorprende, es que cuando alguien escribe un artículo enfrentándoles a sus propias incoherencias, se monta un gran alboroto. Acaba de ocurrir; unos filósofos han hecho un ejercicio de coherencia filosófica y moral, y lo han publicado. Y, de repente, todo el mundo está indignado porque hablan de algo que ya se hacía en algunos sitios como Holanda: el infanticidio.
Estos filósofos, tienen unos argumentos bastante buenos. Dicen que las mismas excusas que valen para poder abortar a futuros seres humanos diferentes, como Lucía y como yo, deberían seguir siendo válidas también al poco tiempo de nacer. Dicen también que esas mismas excusas pueden ser válidas para no dejar vivir a otros niños cuyas vidas ellos piensan que sí valen como las de los demás. Y por si fuera poco, tampoco establecen un plazo en el que poder desembarazarse de todos aquellos que la sociedad cree que sufren, no son productivos, cuestan dinero a la sociedad, los que dan problemas a su familia, etc.
Yo creo que estos filósofos lo único que hacen es seguir con coherencia la línea argumental de lo que la sociedad ya piensa, hace y legisla. Proponen un infanticidio coherente. Pero claro, la sociedad no está acostumbrada a afrontar sus propias incoherencias y prefiere mirar para otro lado. Prefiere seguir pensando que la felicidad está en la capacidad, que las personas seremos eternamente jóvenes y capaces, que lo más importante en esta vida no son las personas, sino lo que hacen y para qué sirven.
A Lucía y a mí no nos van a engañar, porque nosotros ya hemos descubierto que la diversidad funcional, o lo que ellos llaman discapacidad, no es impedimento para vivir una vida plenamente feliz.
Pero a mí me fastidia más que a Lucía, porque llevo ya bastantes años escribiendo sobre las incoherencias de la sociedad y su construcción inamovible hacia el camino de la injusticia; un camino lleno de palabras vacías e incoherencias contrastadas.
Pero claro, las reflexiones desde el otro lado del espejo, como las vidas de allí, no parecen tener mucho valor. Ellos prefieren seguir construyendo una sociedad injusta cubierta de caramelo. No son conscientes de que quien siembra vientos, recoge tempestades.
Autor: Javier Romañach; activista en lucha por los derechos humanos de las personas discriminadas por su diversidad funcional (discapacidad) y experto en bioética; ha escrito varios artículos y dos libros sobre diversos temas bioéticos: “El modelo de la diversidad: bioética y los derechos como herramientas para alcanzar la plena dignidad en la diversidad funcional" y "Bioética al otro lado del espejo".
Es miembro del Foro de Vida Independiente y Divertad y asesor de la asociación SOLCOM
Lo que Lucía no sabe, es que en esta sociedad hay mucha gente que prefiere que no nazcan niños como ella y que, por eso, la última ley del aborto da un plazo diferente para abortar a alguien como ella; o como yo, que tengo una tetraplejia.
No nos vamos a engañar, si se da un plazo diferente para abortar personas que van nacer diferentes de la mayoría, es que la sociedad piensa que las vidas de esas personas valen menos. Hay varios motivos para que piensen eso: el más importante es que creen que Lucía y yo sufrimos por ser diferentes, que nuestra vida con lo que ellos llaman discapacidad y algunos llamamos diversidad funcional, no merece la pena ser vivida. Ellos piensan equivocadamente que estamos enfermos y que nuestra enfermedad nos hace sufrir.
Pero también hay otros motivos: por lo visto si no eres capaz de producir en esta sociedad no vales lo mismo que los demás y les resultas muy caros. A esto hay que añadir el sufrimiento y gasto que, según ellos, tienen nuestras familias porque nosotros existimos.
A Lucía, todo esto le da igual, lo más importante es que cada día recibe el amor de sus padres, que la cuidan, la llevan al cole, la llevan de vacaciones, la llevan a la piscina, le dan de comer helados cuando se porta bien, etc.
Sin embargo, a mí no me da igual. Y no me da igual, porque desde mi silla de ruedas, al otro lado del espejo, me doy cuenta de que todos aquellos que piensan eso están colaborando a construir una sociedad injusta. Injusta hoy conmigo y con Lucía, porque nuestras vidas valen menos para ellos, y porque Lucía y yo no tenemos ni los mismos derechos ni las mismas oportunidades.
Hay algo de lo que ellos no se dan cuenta: todos quieren llegar a ser mayores y es muy probable que acaben viviendo los últimos años como Lucía o como yo. Y así, sin pararse a reflexionar, están pensando que sus propias vidas valdrán menos cuando se hagan mayores.
Lo que me sorprende, es que cuando alguien escribe un artículo enfrentándoles a sus propias incoherencias, se monta un gran alboroto. Acaba de ocurrir; unos filósofos han hecho un ejercicio de coherencia filosófica y moral, y lo han publicado. Y, de repente, todo el mundo está indignado porque hablan de algo que ya se hacía en algunos sitios como Holanda: el infanticidio.
Estos filósofos, tienen unos argumentos bastante buenos. Dicen que las mismas excusas que valen para poder abortar a futuros seres humanos diferentes, como Lucía y como yo, deberían seguir siendo válidas también al poco tiempo de nacer. Dicen también que esas mismas excusas pueden ser válidas para no dejar vivir a otros niños cuyas vidas ellos piensan que sí valen como las de los demás. Y por si fuera poco, tampoco establecen un plazo en el que poder desembarazarse de todos aquellos que la sociedad cree que sufren, no son productivos, cuestan dinero a la sociedad, los que dan problemas a su familia, etc.
Yo creo que estos filósofos lo único que hacen es seguir con coherencia la línea argumental de lo que la sociedad ya piensa, hace y legisla. Proponen un infanticidio coherente. Pero claro, la sociedad no está acostumbrada a afrontar sus propias incoherencias y prefiere mirar para otro lado. Prefiere seguir pensando que la felicidad está en la capacidad, que las personas seremos eternamente jóvenes y capaces, que lo más importante en esta vida no son las personas, sino lo que hacen y para qué sirven.
A Lucía y a mí no nos van a engañar, porque nosotros ya hemos descubierto que la diversidad funcional, o lo que ellos llaman discapacidad, no es impedimento para vivir una vida plenamente feliz.
Pero a mí me fastidia más que a Lucía, porque llevo ya bastantes años escribiendo sobre las incoherencias de la sociedad y su construcción inamovible hacia el camino de la injusticia; un camino lleno de palabras vacías e incoherencias contrastadas.
Pero claro, las reflexiones desde el otro lado del espejo, como las vidas de allí, no parecen tener mucho valor. Ellos prefieren seguir construyendo una sociedad injusta cubierta de caramelo. No son conscientes de que quien siembra vientos, recoge tempestades.
Autor: Javier Romañach; activista en lucha por los derechos humanos de las personas discriminadas por su diversidad funcional (discapacidad) y experto en bioética; ha escrito varios artículos y dos libros sobre diversos temas bioéticos: “El modelo de la diversidad: bioética y los derechos como herramientas para alcanzar la plena dignidad en la diversidad funcional" y "Bioética al otro lado del espejo".
Es miembro del Foro de Vida Independiente y Divertad y asesor de la asociación SOLCOM
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