En este video se formula la pregunta de si a las personas con diversidad funcional nos resulta rentable trabajar.
sábado, 25 de abril de 2009
lunes, 20 de abril de 2009
sábado, 11 de abril de 2009
viernes, 10 de abril de 2009
miércoles, 1 de abril de 2009
Niños Meridianos
Menores conflictivos, con conductas violentas en el hogar, aprenden fórmulas para vivir en familia, gracias a la orientación de educadores que residen con ellos en una casa de Rincón de la Victoria
RAQUEL RIVERA. MÁLAGA No se trata de una terapia o de clases para interiorizar valores sociales, como la igualdad, la tolerancia o el respeto. Es sencillamente aprender a convivir en familia, a enfrentarse a problemas cotidianos y a saber prescindir de los caprichos propios de la sociedad del consumo.
En una casa de Rincón de la Victoria, ocho chicos de entre 14 y 18 años se familiarizan con lo cotidiano, como hacer lentejas, freir pescadilla, poner la mesa o rellenar la matrícula del instituto. Y lo hacen solos, aunque haya un educador que les indique cómo lograrlo o de qué forma se hacer mejor.
Los pisos de convivencia se diseñaron para rehabilitar a menores infractores, con conductas agresivas en el hogar o hacia familiares. En Málaga, existe la casa de Rincón de la Victoria desde hace dos años."Se supone que no saben convivir en su núcleo familiar. Aquí le facilitamos el entorno y lo que deben hacer es interiorizar los hábitos de convivencia para que los problemas con su familia no se repitan", explica Berta Álvarez, directora del centro Adis-Meridiano y del programa para la inserción social y familiar de estos chicos.
La estancia en el piso puede oscilar entre seis meses y un año, aunque depende del caso y de su adaptación al nuevo medio. Las primeras semanas o incluso meses pueden ser complicados, hay recelo y desconfianza hacia el entorno, donde chicos desconocidos tienen que convivir y respetar una rutina. Pero la clave, según los educadores, es que el menor se sienta protagonista de su proceso de inserción y que las cuestiones no se impongan, sino que se consensúen. "No somos padres o madres, nunca vamos a suplantar sus funciones. Lo que pretendemos es enseñarles a desenvolverse cada día", indica la educadora.
Como en cualquier hogar, los chicos se reparten las tareas domésticas, discuten por ver un determinado programa de televisión o deciden el plan de ocio para el fin de semana. En estas situaciones interviene el educador -hay ocho en el piso-, que escucha cada sugerencia, a la vez que explica cuál es la mejor opción o qué camino hay que se seguir para solventar un conflicto, expone Javier Borque, subdirector del piso.
Otro de los pilares de este programa es conseguir que los chicos disfruten colaborando de forma altruista con asociaciones sociales. Hasta la fecha, los ocho menores han trabajado con organizaciones, como la de Espina Bífida o la de Síndrome de Down, y han recogido residuos orgánicos de los montes malagueños. También practican actividades deportivas, como unas miniolimpiadas en la playa. "Así los chicos entienden que hay otras formas de divertirse, más allá del consumo", resalta la educadora.
Pero en la vivienda pueden darse situaciones límite, como que un menor se marche, pero en esos supuestos la administración judicial interviene de inmediato.
El objetivo de su estancia en el piso es el acercamiento familiar. Por ello, se programan visitas con los padres, incluso se otorgan permisos de fines de semana para que acudan a su domicilio. "El contacto con los padres es progresivo, pues hay que tener en cuenta que llegan chicos con las relaciones familiares deterioradas, y algunos ni siquiera se hablan con sus padres", manifiesta Berta Álvarez.
En el piso residen chicos de toda Andalucía, procedentes de cualquier estrato social. Los educadores coinciden que los problemas de convivencia nacen en el seno de la sociedad actual, en la que los jóvenes no están preparados para escuchar un no.
Pero, tanto educadores, como instancias judiciales coinciden en que tras convivir en el piso, la reinserción familiar es prácticamente del cien por cien.
RAQUEL RIVERA. MÁLAGA No se trata de una terapia o de clases para interiorizar valores sociales, como la igualdad, la tolerancia o el respeto. Es sencillamente aprender a convivir en familia, a enfrentarse a problemas cotidianos y a saber prescindir de los caprichos propios de la sociedad del consumo.
En una casa de Rincón de la Victoria, ocho chicos de entre 14 y 18 años se familiarizan con lo cotidiano, como hacer lentejas, freir pescadilla, poner la mesa o rellenar la matrícula del instituto. Y lo hacen solos, aunque haya un educador que les indique cómo lograrlo o de qué forma se hacer mejor.
Los pisos de convivencia se diseñaron para rehabilitar a menores infractores, con conductas agresivas en el hogar o hacia familiares. En Málaga, existe la casa de Rincón de la Victoria desde hace dos años."Se supone que no saben convivir en su núcleo familiar. Aquí le facilitamos el entorno y lo que deben hacer es interiorizar los hábitos de convivencia para que los problemas con su familia no se repitan", explica Berta Álvarez, directora del centro Adis-Meridiano y del programa para la inserción social y familiar de estos chicos.
La estancia en el piso puede oscilar entre seis meses y un año, aunque depende del caso y de su adaptación al nuevo medio. Las primeras semanas o incluso meses pueden ser complicados, hay recelo y desconfianza hacia el entorno, donde chicos desconocidos tienen que convivir y respetar una rutina. Pero la clave, según los educadores, es que el menor se sienta protagonista de su proceso de inserción y que las cuestiones no se impongan, sino que se consensúen. "No somos padres o madres, nunca vamos a suplantar sus funciones. Lo que pretendemos es enseñarles a desenvolverse cada día", indica la educadora.
Como en cualquier hogar, los chicos se reparten las tareas domésticas, discuten por ver un determinado programa de televisión o deciden el plan de ocio para el fin de semana. En estas situaciones interviene el educador -hay ocho en el piso-, que escucha cada sugerencia, a la vez que explica cuál es la mejor opción o qué camino hay que se seguir para solventar un conflicto, expone Javier Borque, subdirector del piso.
Otro de los pilares de este programa es conseguir que los chicos disfruten colaborando de forma altruista con asociaciones sociales. Hasta la fecha, los ocho menores han trabajado con organizaciones, como la de Espina Bífida o la de Síndrome de Down, y han recogido residuos orgánicos de los montes malagueños. También practican actividades deportivas, como unas miniolimpiadas en la playa. "Así los chicos entienden que hay otras formas de divertirse, más allá del consumo", resalta la educadora.
Pero en la vivienda pueden darse situaciones límite, como que un menor se marche, pero en esos supuestos la administración judicial interviene de inmediato.
El objetivo de su estancia en el piso es el acercamiento familiar. Por ello, se programan visitas con los padres, incluso se otorgan permisos de fines de semana para que acudan a su domicilio. "El contacto con los padres es progresivo, pues hay que tener en cuenta que llegan chicos con las relaciones familiares deterioradas, y algunos ni siquiera se hablan con sus padres", manifiesta Berta Álvarez.
En el piso residen chicos de toda Andalucía, procedentes de cualquier estrato social. Los educadores coinciden que los problemas de convivencia nacen en el seno de la sociedad actual, en la que los jóvenes no están preparados para escuchar un no.
Pero, tanto educadores, como instancias judiciales coinciden en que tras convivir en el piso, la reinserción familiar es prácticamente del cien por cien.
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